viernes, 6 de octubre de 2017

XV DIAS DE GLORIA (por Rodrigo Barzola)

Manuel Outeda Blanco, Francisco D'Aquino, Rodrigo Barzola, miembros del Centro de Profesionales de la Acción Católica "Santo Tomás de Aquino" y equipo de colaboradores de la XV Exposición del Libro Católico 2003



Sumergido en un mar de recuerdos, no puedo pasar por alto el mes de septiembre del año 2003, en el cual lo terminé de conocer... 
 
En realidad todo comenzó el primer día del mes de marzo de este mismo año, cuando en la empresa en la cual estaba cumpliendo una suplencia, me llamaron y confirmaron un puesto efectivo en la misma, como guardia de seguridad, en el edificio de la calle Sarmiento. Este era una estructura enorme y muy bella, pero no solo por su arquitectura, sino por su verdadera historia. Había sido inaugurado en el año 1932, por Monseñor Miguel de Andrea, para ser la sede central de la Federación de Asociaciones Católicas de Empleadas, obra que él mismo fundo en el año 1922. Un verdadero prócer, que adelantándose a su época, protegió a muchas generaciones de mujeres trabajadoras.

Mis primeros días eran de reconocimiento de rostros, ya que mi trabajo dependía de no dejar ingresar extraños. Pasando los días, comencé a escuchar sobre “La Exposición del Libro Católico” algo totalmente desconocido en mi vida diaria. El Sr. Francisco (compañero de trabajo), una persona mayor, con sus canas bien puestas por los años, con sus bigotes, sus ojos celestes, a veces claros y otras oscuros, con su suave andar de muchas décadas, no me gustaría precisar cuantas, pero puedo decir que toda una vida de servicio a esta institución lo convirtieron en uno de los pilares que aún sostiene aquella hermosa obra. Entre sus anécdotas me comentó sobre ese evento extraordinario, ¿cómo imaginar algo nunca visto por mis ojos?. También llego a contarme sobre el fundador y presidente de dicho evento, un señor, llamado Manuel, que nombrado así, no pasaba de ser un nombre más. Un buen día, si mal no recuerdo en el mes de julio, me encontraba sentado enfrente de mi escritorio y logro divisar que una de las hojas de la puerta anterior a la mía se abre dejando ver a un señor de traje, corbata y un maletín de cuero. En primera instancia pensé ¿Qué quería aquel hombre?, cuando abrí la puerta, me estrecho la mano y dijo con voz de mando, su nombre y apellido, prosiguió diciendo que buscaba al Sr. Francisco, el cual estaba viniendo muy sonriente detrás de mis espaldas, supuse que había reconocido la voz de aquel extraño, se estrecharon las manos muy cordialmente, se preguntaron por sus queridos y como si fuera un acto reflejo, indagó por el antiguo vigilante y quiso saber de mí. Su siguiente acto fue mirarme como para hallar algún defecto, no quise ser menos y también comencé a observarlo, era un hombre de robusta figura, su altura aproximada era de un metro ochenta, su pelo corto y oscuro, su barba candado con algunas canas, lo cual dejaban ver que era un hombre maduro y una intensa inquietud en sus movimientos, lo que revelaban sus muchas obligaciones. No quiero dejar pasar su correcta forma de hablar, que obviamente indicaba su trato con gente importante, tal vez mucho más que él. Luego de visitar a las autoridades se retiró con una sonrisa y saludando cordialmente tanto a Francisco como a mí.

Algunos días después conocí a la señorita Mabel, secretaria y persona de confianza; luego al señor Martín, principal colaborador. Ambos excelentes personas y con las que adquirí confianza inmediatamente. Los días fueron pasando entre charlas, mates, libros y el armado correspondiente, hasta el glorioso primer día de septiembre, fecha que inauguraba la exposición y así logramos conseguir una ligera confianza entre todos nosotros, debo confesar que con el Sr. Manuel coincidíamos en muchas charlas.

Inauguración de la XV Exposición del Libro Católico
Casa de la Empleada -Obra de Mons. Miguel de Andrea- 2003
El acto de apertura estaba sobre la hora, hasta entonces había ingresado un importante número de personas, inclusive las autoridades de la casa. Yo, como guardia de seguridad, debía estar muy atento, aunque contaba con la colaboración del antiguo guardia, que recorría el lugar mientras yo me quedaba en mi puesto recibiendo a la gente. El brillo de mis ojos era increíble, al ver semejante movilización de personas del ámbito religioso, político y demás, aunque mi trabajo no me dejaba apreciar tanto esplendor de tan dichoso día. Fueron transitando por allí colegios, escritores y grandes personalidades. Paso a paso logramos crear un vínculo de confianza que me permitió conocer a su familia, a la cual tomé con respeto mucho cariño.

Con el transcurso de los días tuve la oportunidad de conocer a grandes seres humanos que fueron pasando por allí, dando sus conferencia y lo que me sorprendía más era su conformidad hacia mi desempeño en el cumplimiento de mis tareas, muchos amigos de él mostraban esa sencillez y respeto hacia mí, eso me llenaba de orgullo, no hay nada mejor que un halago para reafirmar la buena labor que intentaba desempeñar.

Un hombre muy especial, llamó mucho mi atención por su cordialidad, su sinceridad, su sencillez, el ingeniero Mario F. Abal, el cual me dedicó un pequeño libro escrito por él, eso me impresionó aunque estaría faltando a mi buena memoria, si no mencionara esa tarde en la que me encontraba recorriendo el sector donde estaban los módulos de historia y biografía, cuando el señor presidente se aproximó dialogando con monseñor Héctor Aguer, un hombre con una reconfortante paz.

Entre diálogos y risas se descubrieron nuestras anécdotas siempre simpáticas y muy inocentes, pues ya comenzaba la segunda semana que prometía ser aún más activa que la anterior, el único inconveniente eran nuestras baterías que ya anunciaban haber agotado la mitad de su capacidad. Y a pesar de todo continuamos viendo y atendiendo a los más interesantes visitantes. Otra vez él, como su personalidad de líder lo demostraba, seguía alentando mi trabajo y mi ego, me impulsaba a resistir hasta el día de la clausura, donde se celebraría la santa misa, la cual esperaba con ansias, ¡hasta el cardenal Jorge M. Bergoglio estaría haciendo el cierre!.

Manuel, siendo una persona muy precavida ya tenía todo organizando para ese majestuoso 14 de septiembre, que dicho sea de paso y recordando, esa misma mañana nos comunicaban a la Sra. Catalina, al Sr. Francisco y a mí que éramos los responsables de entregar las ofrendas al cardenal en la misa. Mi primera reacción fue preguntar ¿Por qué?, pero como es su costumbre, me respondió cordialmente e intentaré citar cada palabra con exactitud: “Soy el organizador y creo conveniente, que estando en la Casa de la Empleada, sean los empleados quienes entreguen las ofrendas. Además, yo quiero que así sea.” Esto me llenaba de dudas y responsabilidades, era un gran honor para mí, no podía defraudarlo, ni al resto de mis compañeros. Si bien había tenido otros honores, ninguna había sido como éste, me encontraría a una gran exposición, fotógrafos, camarógrafos, cosas que me ponen nervioso, a diferencia de él.

El Cardenal Bergoglio S.J., quien presidió la Santa Misa de Clausura
de la XV Exposición del Libro Católico junto al
Pbro. César Salvador Sturba (Casa de la Empleada
-Obra de Mons. Miguel de Andrea- 2003)
Y el momento llegó, me encontraba al pie de las escaleras al recinto sagrado, con mis manos sudadas, atento a que nos nombren, no podía quedarme permanentemente en la capilla, debía seguir con mis responsabilidades, dado que yo estaba encargado de la puerta principal. Todo era cuestión de minutos y mi señal se presentó, yo irrumpí bruscamente y me abarajó un colaborador, Manuel me entregó la ofrenda y me explicó todo, así que nos alineamos, luego avanzamos hacia el cardenal, quien recibió a Catalina, después a Francisco y al llegar a mí, avancé y logré observar la cara del cardenal, quien posó sus ojos sobre mi distintivo que sugería vigilancia y seguridad, luego retrocedí lentamente y regresé a mi puesto de trabajo. Por momentos me quedaba escuchando al pie de la escalera, así pudiendo escuchar el cierre y los agradecimientos, donde me nombraron con nombre y apellido. Ahí, mi preocupación creció, mi ego se expandía de tal forma que temía no poder atravesar la gran puerta de dos hojas de la capilla.

Al transcurrir las horas, las felicitaciones se fueron acumulando, que deposité en mi gran bolso de satisfacción, seguido de un hermoso diploma por la participación y por último, una celebración llena de atenciones, demostrándonos humildad, agradecimiento, gestos nobles propios de un gran ser humano. Sólo puedo decir que me queda un gran sentimiento de gratitud golpeando en mi pecho.

Atesoraré en mi mente todos esos recuerdos para narrarlos en años futuros, hasta cuando mis cabellos sean pintados de blanco, sentado en la sombra de algún árbol o quizás mirando por mi ventana mientras el cielo llora o revolviendo un gran guisado de recuerdos, entonces brindaré con mis ojos cansados del ayer, por él, por Manuel Outeda Blanco...

Rodrigo Barzola

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